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Lugar: Buenos Aires, Argentina

Dedicado a los luchadores en la guerra civil española y en la postguerra en defensa de un mundo mejor, aquellos que defendieron un gobierno legítimamente constituído. A través de estos tres blog difundiré testimonios que forman parte de nuestra memoria histórica, escritos sobre los derechos humanos en la Argentina , en España, en Latinoamericana, experiencias del exilio y sobre todo aquello en lo que pueda ayudar a través de la palabra escrita en pos de luchar contra el silencio y el olvido que se cierne sobre la sociedad española de hoy. autorizaron a su publicación. Inés García Holgado

martes, 14 de octubre de 2008

Para:
listaGCE@yahoogroups.com

Cinco muertes olvidadas

La trágica pesca de Franco en la Concha
La propaganda franquista ensalzó el Azor, el yate de Franco, como
escenario de grandes capturas pesqueras del dictador. La historia
oficial no recoge que también segó la vida de cinco donostiarras en
la Concha. Los hijos de uno de ellos han ayudado a GARA a reconstruir
uno de los dramas olvidados del franquismo.

Gari MUJIKA

El pasado 13 de setiembre, cuando se cumplían 72 años desde que las
tropas franquistas se adentraron por las calles de Donostia tras
dejar un reguero de sangre por las cunetas de Nafarroa, los jardines
de Alderdi Eder acogieron el primer gran acto público en homenaje a
las víctimas del franquismo en la capital guipuzcoana. Entre una
extensa e inacabada lista de fusilados, por boca del historiador
Iñaki Egaña saltaban cinco nombres que, al igual que los cerca de 380
fusilados identificados hasta la fecha, permanecían ocultos a la
memoria histórica de la ciudad y de Euskal Herria.

José de Miguel, guardia municipal de 39 años; Benito Amiano, de 38
años; María Andrea Dolores, de 26; Manuela Rozado, de 20; y el niño
José Ramón Rubial, de 9 años. Cinco nombres y cinco vidas que el
infortunio quiso que se acabaran en la Bahía de la Concha. Pocos
serán, seguramente casi nadie, los que en la capital en la que
veraneaba el dictador Franco -emulando la tradición instaurada por
los Borbones desde finales del siglo XIX- recuerden lo que sucedió
aquel 19 de agosto de 1957. Y menos todavía los que conozcan qué
ocurrió realmente en aquel aciago anochecer.

Mientras centenares de donostiarras rebeldes permanecían encarcelados
en la prisión de Ondarreta, como era costumbre cada vez que el
general fascista visitaba la ciudad, Franco copaba titulares en los
medios bajo su control. Pocos días antes del suceso, el 7 de agosto,
los diarios del Movimiento mostraban a un orgulloso Franco junto a un
atún que, según especulaban, pesaba más de mil kilos. En la
instantánea, «el Caudillo» muestra al ejemplar colgado de un mástil
de su yate Azor, en medio de la bahía donostiarra.

«Los peces se habían dado un festín...»

No habían transcurrido ni dos semanas cuando, el 19 de agosto, el
Azor fue protagonista de otra cacería muy diferente, cobrándose vidas
humanas. Una de las motoras que todavía realizan el trayecto entre el
puerto donostiarra y la isla Santa Clara fue embestida y hundida en
cuestión de minutos por la nave del dictador. Cinco personas
fallecieron ahogadas y, casi al mismo tiempo, iban a quedar
sepultados sus nombres, su memoria y la verdad de lo ocurrido.

No hay más que ver los rotativos de la época para comprender que
todos dieron cuenta del «accidente» con un mismo texto, con análogo
título y un espacio reducido en páginas interiores, pese a la
gravedad objetiva del caso. «Accidente marítimo en la bahía de la
Concha», informaban «La Voz de España» y «El Diario Vasco». Ambos
insistían en que Franco no se encontraba a bordo del yate en el
momento de la embestida e incidían en que «inmediatamente, el
comandante y toda la tripulación del yate, con gran decisión, se
lanzaron al agua y en menos de diez minutos consiguieron poner a
salvo a los numerosos pasajeros de la lancha». Todo un acto «heróico»
que, gracias a la eficacia de la maquinaria del régimen, quedó
inscrito en todas las crónicas tal y como querían los franquistas.

La prensa añadía que incluso los ministros españoles de la Marina y
del Ejército acudieron al fulminante sepelio que se ofició en el Buen
Pastor. Lógicamente, a cualquiera le «chirría» la versión oficial.
Más todavía después de conocer el relato que un nieto de Benito
Amiano transmitió al historiador donostiarra Iñaki Egaña. Con objeto
de aclarar y añadir nuevos datos al desconocido suceso, le reveló una
versión extremadamente más dura, pero acorde a los procedimientos
totalitarios de la dictadura.

El testimonio señala que, tras el suceso, por miedo «al revuelo que
se podía montar» en la ciudad, los cuerpos sin vida de los
ahogados «permanecieron en el mar tres o cuatro días. Mis tíos fueron
a reconocer el cuerpo de mi abuelo, y te puedes imaginar cómo estaba:
los peces, cangrejos... , después de tantos días en el mar, se habían
dado un festín con su cara y extremidades; ella aún se acongoja cada
vez que lo recuerda».

A raíz de ese dato, GARA pudo contactar con los familiares de Amiano
en Logroño, lugar en el que residían, aunque Benito Amiano era
donostiarra. Julia Amiano Munilla y sus hermanos Blanca y Benito, que
aquel fatídico día tenían respectivamente 14, 10 y 2 años, han
recibido a este diario en su casa y han ofrecido su testimonio. El
paso de tantos años no ha difuminado los detalles de lo ocurrido ni
su interés en que se conozca la verdad.

Para Julia, todo comenzó con la llamada de urgencia de un vecino
durante la noche del 19 al 20 de agosto. La información era escasa;
solo tenían constancia de que su padre había muerto en un
accidente. «Pensamos que, como era chapista, el accidente habría
ocurrido en el taller, trabajando con algún coche», apunta. Con tan
sólo catorce años, partió rápidamente acompañando a su madre.
Recuerda que hacia las 6.00 del lunes 20 el tren ya les había llevado
hasta Donostia. Acudieron directamente al domicilio familiar, y allí
fue donde su abuela les informó de cómo se había producido todo.

«Franco iba en el yate»

«Nos dijeron que había sido Franco, que venía de pescar de Getaria y
que no vieron la barca [el Azor la partió en dos]. En la barca irían
más de 30 personas, sobre todo familias con niños pequeños que
volvían de pasar el día en la isla, en el último barco», prosigue
Julia Amiano, con una mezcla de re- signación y enfado. Según les
dijeron, «Franco iba en el yate; lo primero que hicieron fue llevarle
a Ayete y después volver a por los accidentados» .

«En ese momento dijeron que podía ser un sabotaje, algo que no era
muy lógico viendo que la barca estaba repleta de niños y familias.
Sin pararse a pensar en la gente ni recoger a los heridos, llevaron a
Franco a Ayete para ponerlo a salvo, y luego volvieron. Pero ya
habían muerto ahogados cinco personas, entre ellos mi padre. Quizás,
si por lo menos los hubieran rescatado inmediatamente, no habrían
muerto tantas personas», lamenta.

El accidente no se pudo ocultar, lógicamente, por el lugar en el que
se produjo y la cantidad de testigos que sobrevivieron, pero un
mutismo derivado del miedo a posibles represalias se apoderó de la
ciudad.

Los siguientes días fueron aún peores para la familia Amiano-Munilla.
Desde el domingo 20 de agosto, tanto Julia como su madre se acercaban
todas las noches al puerto en busca de noticias sobre su padre. Allí
seguía la motora, partida en dos. Nada más. Pero en el acceso a la
Bahía de la Concha, junto a la isla, desde el día del accidente
aparecieron mucha boyas que acotaban una zona, con acceso vetado, en
el que se podían ver a «hombres-rana» , es decir, buzos.

A los dos días del accidente, el martes, se oficiaron los funerales
por los cinco ahogados. «Pusieron cinco cajas fúnebres pero, claro,
allí sólo se podía hacer el funeral de tres, porque el cuerpo de mi
padre y el del guardia municipal, que era el guarda de la isla, aún
no habían aparecido», explica Julia. Subraya que Franco no acudió al
acto, aunque sí todo un elenco de autoridades que les dieron el
pésame. Nada más.

Mientras, como en días anteriores, una noche sí y a la siguiente
también, al puerto no llegaba ninguna noticia pero, gracias a algunos
pescadores conocidos, los Amiano fueron informados de que los cuerpos
sin vida de su padre y del guardia municipal estaban amarrados en el
fondo del mar, en el lugar acotado por las boyas y los buzos.

«Nunca se me olvidará aquello»

«El sábado por la noche ya no vimos las boyas, y enseguida pensamos
que ya los ha- brían sacado. Y así fue. Llamaron a casa de mi abuela
para que fueran a reconocer el cadáver. Fueron mis tíos, sus
hermanos, y volvieron enfermos de la impresión que les había causado,
porque sólo pudieron identifi- carlo por los restos de la ropa. Los
peces, durante tantos días, se habían comido todo: la cara, las
extremidades. ..».

Tampoco les informaron del entierro de los dos cuerpos sin vida. Pero
a primera hora de la mañana, previendo lo que luego ocurrió, se
presentaron en el cementerio de Polloe. «Preguntamos al enterrador -
su hermano Benito apunta que, casualidad, también eran familia por
parte paterna- y él nos dijo que ya habían sido metidos en la fosa.
En una fosa sin nombre ni nada. Nos la enseñó. Estaba abierta. Mira,
tenía 14 años, pero nunca se me olvidará aquello. No se podía parar
del mal olor que había, por la descomposició n de los cuerpos por
tantos días que pasaron sumergidos en la mar».

Los familiares de José de Miguel Martínez, originario de Los Arcos,
se hicieron cargo del cadáver y lo trasladaron a la localidad
navarra. La familia Amiano-Munilla, sin embargo, no pudo costear los
gastos y colocaron una lápida con una pequeña leyenda. A posteriori
recibieron 5.000 pesetas de la época en concepto de «donativo del
Caudillo». Una minucia teniendo en cuenta que la viuda de Amiano
tenía tres bocas que alimentar. Y hasta hoy. El silencio se impuso en
aquel periodo que Jaime Mayor Oreja ha definido como «de
extraordinaria placidez».

El archivo judicial da la oportunidad de conocer, por ejemplo, que
Manuela Rozado era, como el dictador, gallega, de Pontevedra. Pero
nada más. Los encargados del archivo municipal de Donostia sólo
ofrecen el acceso a las actas de los plenos del mes de setiembre, en
los que no consta ni un solo dato. Sí figura, sin embargo, la subida
del salario a los guardias municipales que acordó el equipo de
gobierno y la concesión de la Medalla de Plata de la ciudad a Ur-
Kirolak. A pesar de que uno de los fallecidos era también guardia
municipal y pese a que ha transcurrido más de medio siglo para que
esa información, por ley, sea de interés histórico, los encargados
del archivo rehusaron facilitar a GARA la información requerida.

Aunque cueste mucho que la verdad emerja, ni aquellas 5.000 pesetas
ni los vetos más taxativos han podido eliminar estos nombres de la
memoria. Otras cinco víctimas del franquismo que esperan
reconocimiento oficial.

Del veraneo de Felipe González a la oxidación en Tierra Burgalesa
El conocido yate de Franco contó con un predecesor: el Azorín. En ese
barco, por ejemplo, el dictador mantuvo un encuentro de Estado con
Juan de Borbón, el padre del actual rey de España, también en medio
de la Bahía de la Concha, en 1948.

Al siguiente año, en 1949, los astilleros Bazán de Ferrol, localidad
natal del dictador, construyeron el Azor. Un barco que habitualmente,
además del dictador y sus invitados, navegaba con 41 marinos a bordo.
Hasta la muerte de Franco, sirvió de yate de recreo. Y también
después. En 1985, el político andaluz que tres años atrás había
llegado a la presidencia del Gobierno español, Felipe González,
protagonizó uno de los episodios por el que más críticas recibió
tanto de sus detractores como de sus defensores. El líder del PSOE
realizó un crucero a bordo del Azor entre Lisboa y Rota (Cádiz). Un
viaje de verano que tuvo que interrumpir ante las fuertes críticas,
que dijo no comprender.

A finales de enero de 1990, el Azor navegó hasta Ferrol, donde
finalmente fue subastado y adquirido por un empresario burgalés.
Actualmente, el yate se oxida en tierras castellanas, en la localidad
de Cogollos. G.M.

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